El lamento de los sobrevivientes
“Esta es la verdad que nos parece, sin
embargo,
el error, pero que es cierta justamente porque
sucede que es el error. En cuanto a la prueba,
no soy yo, sino la historia, cuando termine,
la
que la proporcionará”.
Hegel
I
Esta tristeza que nos llega con la tarde ya
es moneda
corriente, viene desde lejos (quizás desde
nuestra infancia)
a recordarnos que somos los elegidos para
quienes
fue reservado el dolor de las horas.
¿Qué haremos con los inviernos que restan?
Con nuestra piel arrugada y los ojos
vidriosos,
con las lagrimas que rodarán por las solapas
gastadas,
con el frío de la vida que se alarga como las
sombras
de la tarde.
¿Qué haremos que no sea parir dolor?
¿engendrar monstruos perseguidores de nuestra
propia hipocresía?
¿Qué haremos con estas vigilias interminables
e infecundas,
con nuestros sueños hartos de derrotas?
¿Qué haremos con los hijos que no tuvimos?
¿A dónde iremos a dar con nuestra sangre
sucia?
¿Habrá algún sitio para los solitarios,
para los que no compusimos sinfonías,
para los que no supimos hacer estallar en
colores nuestra tristeza?
Para los que no hicimos concesiones,
para los empecinados,
para los que pretendimos el todo, la libertad
absoluta y
nos quedamos con el ardor de la nada.
Habrá piedad para los que jugamos a cara o
ceca
y perdimos?
¿A dónde iremos los que olvidamos sonreír en
el momento
necesario;
los que no supimos retroceder
cuando retroceder significaba avanzar?
¿Dónde acabaremos los que nuca fuimos
inocentes?
¿Quién se apiadara de los desesperanzados
cuando todo haya concluido
y hoy mismo
y esta misma tarde
y en este tedioso instante
quien golpeara la puerta para traer algo
que no sea indiferencia,
desprecio por nosotros,
asco de nuestras caras
o la boleta del gas?
¿En que infierno acabaremos los equivocados,
los que no fuimos genios,
los que no fuimos dioses,
los que sobrevivimos de prestado?
que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar
con las sombras?
¿Qué será de los vencidos ilesos?
¿Qué será de los fracasados,
de los que no recibimos una bofetada a tiempo
o la tuvimos
pero nadie se acerco a consolarnos?
¿Habrá un sol, una playa, un mar, un cielo
nuevos
para los desertores del rebaño que nos
estrellamos las
narices contra las piedras pero no nos
atrevimos a regresar?
¿Qué será de los que lloramos a escondidas?
¿Habrá algún premio para los que quisimos
volar más
alto y no triunfamos? (pero nos defendimos a
gritos
cuando dijeron que era soberbia).
¿Viviremos mucho tiempo más intercambiando
caretas con
nuestros fantasmas?
¿Habrá piedad para los que escuchamos a todos
y no
entendimos a nadie;
para los que la soledad no nos dio un jaque de
muerte
ni el amor nos dio un golpe de vida?
¿Qué haremos con este silencio insultante,
con los espejos injuriosos?
¿Y que haremos con los soles nuevos?
¿continuaremos
interponiendo las persianas atávicas?
¿Habrá ternura para los desarraigados,
para quienes el futuro es una palabra sin
sentido,
para los que descubrieron con espanto que el
amor es lo
mejor pero no alcanza?
¿Quién nos mirará con ojos que no sean de
misericordia
o benevolencia?
¿Qué haremos con nuestros amaneceres abúlicos?
¿no cesaremos nunca de dejarnos caer de la
cama,
de quedarnos acostados en el piso,
enredados aún en las sábanas,
mirando puntos en el techo,
recitando poemas atribulados,
cantando sambas tristes como “la añera”?
¿Seguiremos asomándonos a la ventana,
contando personas de a dos en dos,
mirando paraguas los días de lluvia?
¿Hasta cuándo viviremos parapetados en los
rincones
oscuros, con la soledad como una enfermedad
contagiosa?
¿Hasta cuando nos aferraremos a las tinieblas
como
arañas?
¿Habrá algún sitio para los que no fuimos
escuchados,
para los que no supimos gritar,
para los que no tuvimos la respuesta del eco
en la montaña de los hombres?
¿A qué sitio iremos a dar con nuestros pocos
dientes y
nuestros pocos pelos que no sea de podredumbre
y
silencio?
Tanta sangre enloquecida y caliente,
tantos sueños,
tanto pudor innecesario,
tanto error
y después tanto arrepentimiento
para ser cenizas,
barro inútil,
cauces desolados, ahítos de piedras y de
olvido.
(¿O tendrá mejores matices la muerte de los
muertos?)
Tantos deseos de partir,
de abandonar esta casa,
de dejar esta suerte,
de dejarse a uno mismo…
¿Cuándo gritaremos ese ¡ahora!, ¡ahora!,
¡ahora!,
hasta que se descuelguen los retratos de todos
los museos,
hasta derribar esta casa,
hasta sepultar nuestros espectros,
hasta apostatar de este despiadado
ocultamiento?
¡Cuántas palabras más encerradas que nosotros
mismos!
cuántas caricias puras dentro de la piel,
cuantos sonidos de amor en silencio,
(cómo ensucia al sentimiento el acto)
cuanto daño padecido
(cómo defrauda a la intención el gesto)
y cuanto nos queda por padecer todavía.
¿Cómo recuperaremos el tiempo que se nos fue
esperando?
¿Cómo responderemos ahora a todo aquello que
no
respondimos
¿Qué ilusión podrá resistir a nuestro
cansancio?
¿Qué respuestas encontraremos en las paredes?
¿Qué plegaria rezar que no contenga mentiras?
¿Qué sueño soñaremos os que nos nutrimos de
letargos?
¿Qué canción entonaremos que no evoque los
deseos
irrealizables, los intentos fútiles?
¿Ante que Dios nos arrodillaremos los que no
aprendimos
a rendir pleitesía?
¿Hasta cuando soportaremos los relojes que
marcan y
fustigan los rostros, las horas de mármol y
acero?
Los sobrevivientes estamos condenados a
respirar entre
los muertos,
a tocarlos con nuestras sombras innocuas.
En esta casa muda ¿qué móvil existirá que nos
despierte?
ya acostumbrados a esperar el porvenir y
siempre
desesperando en cada instante.
Apoyados en los alféizares, con los ojos
irritados, con
las manos mortecinas, mirando octubres o
eneros en la
calle. Y los jóvenes, la belleza, los niños,
los frutos, el
amor afuera…
¿De que simiente surgimos los infinitamente
deshabitados?
¿Qué oráculo inexorable predijo nuestro
desierto?
¿En que juego de la infancia apostamos la
inocencia?
¿En que rayuela perdimos la esperanza
y en que escondida aprendimos a sufrir?
Para los sobrevivientes no hay presencia
concreta
que sirva de compañía,
apenas y a veces hay estériles vanaglorias de
arte
a simulaciones de locura envasable y vendible.
El triunfo nos destruye (quizás la verdad en
estado puro
se halle únicamente en la desolación y el
fracaso).
Un sobreviviente para otro es siempre un
espejismo.