sábado, junio 7

Pessoa- Fragmentos de “El libro del desasosiego”

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Deteniéndome, a veces, en el trabajo literario abundante o, por lo menos, hecho de cosas extensas y completas de tantas criaturas que conozco o de quien sé, siento en mí una envidia incierta, una admiración despreciativa, un mixto incoherente de sentimientos mixtos.
Hacer algo completo, entero, sea bueno o malo –y si nunca es enteramente bueno, muchas veces no es enteramente malo- sí, hacer una cosa completa me causa, tal vez, más envidia que cualquier otra cosa. Es como un hijo: imperfecta como todo ente humano, pero nuestra como son los hijos.
Y yo, cuyo espíritu de autocrítica no me permite ver sino los defectos, las fallas, yo que no me animo a escribir más que fragmentos, trozos, extractos de lo inexistente, yo mismo, en lo poco que escribo soy imperfecto también. Más valiera pues, o la obra completa, aunque mala, ya que al menos es obra; o la ausencia de palabras, el silencio entero del alma que se reconoce incapaz de actuar.


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La metafísica me pareció siempre una forma prolongada de la locura latente. Si pudiésemos conocer la verdad, la veríamos; todo lo demás es sistema y sus alrededores. Nos basta, si pensamos, la incompresibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende.
Me traen la fe como un paquete envuelto en una ovación ajena. Quieren que lo acepte pero que no lo abra. Me traen la ciencia, como un cuchillo en un plato con el que abriré las hojas de un libro de páginas en blanco. Me traen la duda como polvo dentro de una caja; ¿pero para qué me traen la caja si en ella no hay más que polvo?
A falta de saber, escribo; y me valgo de los grandes términos ajenos de la Verdad, de acuerdo con las exigencias de la emoción.
Si la emoción es clara y fatal, hablo, naturalmente de los dioses y así la encuadro en una conciencia del mundo múltiple. Si la emoción es profunda, hablo, naturalmente de Dios, y así la engasto en una conciencia unívoca. Si la emoción es un pensamiento, hablo, naturalmente, del Destino, y así la pongo contra la pared.
A veces el propio ritmo de la frase exigirá Dios y no Dioses; otras veces, se impondrán las dos sílabas de Dioses y habrá cambio verbal de universo; otras veces, por el contrario, pesarán las necesidades de una rima íntima, un desplazamiento del ritmo, un sobresalto de la emoción y el politeísmo o el monoteísmo se amoldarán a la elección. Los Dioses son una función de estilo.

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¿A dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no cometí, gozar de ser perdonado como una caricia no exactamente materna. Un regazo donde llorar, pero un enorme regazo, sin forma, espacioso como una noche de verano, y aún así cercano, tibio, femenino, junto a un hogar encendido... Poder llorar allí cosas impensables, carencias que ni sé cuáles son, ternuras de cosas inexistentes y grandes dudas estremecidas de no sé qué futuro...
Una infancia nueva, un ama vieja otra vez, y un lecho pequeño donde irse durmiendo entre cuentos que acunan, escuchados apenas con atención que se va entibiando entre grandes peligros semioídos que circundan jóvenes cabellos rubios como el trigo... Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura de Dios, allá en el fondeo triste y soñoliento de la realidad última de las cosas...
un regazo o una cuna o un brazo tibio rodeándome el cuello... Una voz que canta bajito y parece empeñada en hacerme llorar... El crepitar del resplandor del fuego en el hogar... Y después, sin sonido, un sueño sereno en un espacio enorme, como el de la Luna rodando entre las estrellas...
Cuando pongo a un lado mis sacrificios y arreglo en un rincón, con un esmero lleno de cariño –con ganas de darles besos- mis juguetes, las palabras, las imágenes, las frases -¡me vuelvo tan pequeño e inofensivo, me quedo tan solo en un cuarto tan grande y tan triste, tan profundamente triste!...
¿Quién soy yo, al fin de cuentas, cuando no juego? Un pobre huérfano abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la Realidad, que tiene que dormir en los peldaños de la Tristeza y comer el pan mendigado a la Fantasía. De mi padre sé el nombre; me dijeron que se llamaba Dios, ero el nombre no me da idea de nada. A veces, por la noche, cuando me siento solo, lo llamo y lloro, y me formo una idea de él a la que poder amar... Pero después pienso que no lo conozco, que tal vez él no sea así, que tal vez no sea nunca ése el padre de mi alma...
¿Cuándo terminará todo esto, estas calles por las que arrastro mi miseria, y estos escalones donde tirita mi frío y siento las manos de la noche entre mis harapos? Si un día Dios me viniese a buscar y me llevase a su casa y me diese calor y cariño... A veces pienso esto y lloro con alegría al pensar que lo puedo pensar... Pero el viento se arrastra por la calle y las hojas ruedan por ella... Levanto los ojos y veo las estrellas y las hojas ruedan por ella... Levanto los ojos y veo las estrellas que no tienen ningún sentido... Y de todo esto no queda otra cosa que yo, una pobre criatura abandonada que ningún amor quiso como hijo adoptivo, ni Amistad alguna como compañero de juegos.
Tengo demasiado frío. Estoy tan cansado de mi abandono. Ve a buscar, oh viento, a mi madre. Llévame a la noche a la casa que no conocí... Vuelve a darme, oh, silencio inmenso, mi ama, mi cuna y la canción con la que me dormía...

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Duré horas incógnitas, momentos sucesivos sin relación, en el paseo nocturno que hice por la orilla desierta del mar. Todos los pensamientos que han dado de vivir a los hombres, todas las emociones que los hombres han dejado vivir, pasaron por mi mente, como un resumen oscuro de la historia, en esa meditación mía paseada a orillas del mar.
Sufrí en mí, conmigo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo caminaron, a orillas del mar oído, los desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no hicieron, lo que mataron haciéndolo, lo que las almas fueron y nadie dijo –de todo esto se formó el espíritu sensible con que caminé de noche, a orillas del mar. Y lo que cada amante no obtuvo de su amante, y aquello que la esposa ocultó siempre a su marido, y eso que la madre piensa del hijo que no tuvo, y lo que sólo encontró forma en una sonrisa o en una ocasión, y en un tiempo que no fue ése o en una emoción que no hubo –todo eso, en mi paseo a orillas del mar, fue conmigo y volvió conmigo, y las olas alentaban generosamente el vaivén en que yo lo adormecía.
Somos quienes no somos, y la vida está resuelta, y es triste. El estruendo de las olas en la noche es un estruendo de la noche; ¡y cuántos lo oyeron en sus almas, como la esperanza constante que se deshace en lo oscuro con un sonido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los que llegaron a donde querían, qué lágrimas perdieron los que consiguieron su propósito! Y todo eso, paseando a orillas del mar, se me convirtió en secreto susurrado de la noche y en confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos engañamos! ¡Qué mares resuenan en nosotros, en la noche de tener que ser, por las playas que nos sentimos cuando nos inunda la emoción! Aquello se perdió, aquello que se debería haber querido, aquello que se obtuvo y satisfizo por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo perdido, que no lo habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos; lo que era recuerdo y creíamos que era emoción; y el mar, llegando hasta allí, rumoroso y fresco, desde el gran fondo de toda la noche, a apaciguarse dócil en la playa, en el transcurso nocturno de mi paseo a orillas del mar...
¿Quién sabe siquiera qué piensa o qué desea? ¿Quién sabe qué es para sí mismo? ¡Cuántas cosas la música nos sugiere y nos agrada que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos y no fueron nunca! La ola, como una voz que se desprende de la paz tendida en la extensión, cae desde lo alto, estalla y se enfría y hay un susurro de espuma audible que se extiende por la playa que no se ve.
¡Cuánto muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vago, incorpóreo y humano, con el corazón quieto como una playa, por todo el mar de todo, en la noche que vivimos, mar alto que golpea, áspero y se enfría, en mi eterno paseo nocturno a orillas del mar!


127
No me indigno porque la indignación es para los fuertes; no me resigno porque la resignación es para los nobles; no me callo, porque el silencio es para los grandes. Y yo no soy fuerte, ni noble, ni grande. Sufro y sueño. Me quejo porque soy débil y, porque soy artista, me entretengo tejiendo con musicalidad mis quejas y retocando mis sueños conforme el modo que encuentro de hacerlos más bellos.
Sólo lamento no ser un niño, para poder creer en mis sueños, no ser un loco para poder alejar del alma a todos los que me rodean, 
Tomar el sueño como algo real, vivir demasiado los sueños impuso esta espina a la rosa falsa de mi vida soñada: que ni siquiera los sueños me agradan porque les encuentro defectos.
Ni siquiera pintando ese cristal con sombras coloridas me oculto el rumor de la vida ajena a mi estar observándola, tan del otro lado.
¡Dichosos los constructores de sistemas pesimistas! No sólo se amparan en ellos de no haber hecho nada, sino que, además, se alegran de lo que explican y se incluyen en el dolor universal.
Yo no me quejo del mundo. No protesto en nombre del universo. No soy pesimista. Sufro y me quejo, pero no sé si lo que hay de malo es el sufrimiento ni sé si es humano sufrir. ¿Qué me importa saber si eso es cierto o no?
Sufro y no sé si merecidamente. (Cervatillo perseguido.)

Yo no soy pesimista, soy triste.